abril 02, 2012

Todo cambia

Fue durante su juventud militante de la hoy desaparecida UCDE (Unión del Centro Democrático), fundada por el ex ministro de economía Álvaro Alsogaray. Culminó sus estudios en el CEMA, cuna de la ortodoxia liberal en la Argentina, donde también participó de varias jornadas económicas donde se desempeñaba como orador. Hoy supuestamente apoya el proyecto del gobierno nacional. Sin embargo, el vicepresidente Amado Boudou no es ni remotamente peronista pero conoce una vieja sentencia política, que es casi una máxima de ese movimiento “El que avisa no traiciona”. Por eso, en este momento con los problemas que enfrenta nunca olvida mencionar que nada se hizo desde su gestión en el ministerio de Economía sin la venia de Cristina y de Néstor. Boudou que jamás se caracterizó como un funcionario de bajo perfil, está distinto. En estos días, se lo ve malhumorado e irascible, cuando siempre lució su sonrisa y siempre tuvo una salida oportuna para agradar al que tuviera enfrente. Pero los tiempos han cambiado y parece haber comprendido que no es un momento en el que goce del cariño militante de Cristina pero está convencido de que el agua no llegará al río, porque eso sería aún peor considerando que quedaría demostrado que “Ella” se equivocó y eso agravaría más su situación.

El vicepresidente manejaba muchas de sus cosas a través de su cuenta de Gmail, con una dirección que refería a su pertenencia marplatense y algún tinte kirchnerista, para extremar su pertenencia al “proyecto”. Por esa cuenta de Gmail es por la que concurrió al juzgado federal de Daniel Rafecas, el mismo magistrado que tiene en su escritorio el llamado caso Ciccone, y que perturba por estos días al elenco oficial. Amado Boudou sospecha que sus penurias actuales surgen desde las propias entrañas del kirchnerismo, donde no le perdonan su veloz ascenso y su advenimiento desde tierras liberales poco justicalistas. Florencio Randazzo y Aníbal Fernández, son en cambio peronistas de la primera hora, y encabezan la odiosa mirada vicepresidencial, que ahora los entiende confabulados en su contra, como el hackeo y el extraño caso policial con la familia de su mano derecha en el Senado, Juan Zavaleta. Aparte, el desafortunado paso de Boudou por canales y radios amigas donde dijo, y luego se desdijo obligó a la Presidenta a decretar la salida de otras voces para enderezar un discurso uniforme que de todas maneras tropieza con una contracción tras otra. Esta poca efectividad y casi nulo convencimiento en la defensa del vicepresidente ejercida por los elegidos, Ricardo Echegaray, Julián Domínguez, Florencio Randazzo y Gabriel Mariotto, fomentó más cólera en una Cristina que en estos días, sólo emite órdenes y difunde molestias en voz alta contra la incomprensión de la gente con sus políticas.

Entre ellas, está la política ferroviaria de su gobierno y el de su marido; la Presidenta no llega a entender cómo recibe críticas cuando produjo cambios en el área y decidió la histórica implementación del SUBE desde hace más de seis meses y todavía no fue implementado en su totalidad. Algo tan simple como una tarjeta magnética única para utilizar en todos los medios de transporte públicos. Claro, a eso hay que sumarle la penosa conferencia de prensa del secretario de transporte Juan Pablo Schiavi en la que había criticado la manía argentina de agolparse en los primeros vagones y en la que también mencionó, que otra hubiera sido la suerte si el accidente en la estación Once hubiese sucedido un feriado. Aun siendo una barbaridad, los dichos del secretario no estuvieron muy alejados de la línea que ocupa el pensamiento de la Jefa del estado. Su diatriba contra los docentes, diciendo que trabajan 4 horas y tienen 3 meses de vacaciones, está situada en la misma frecuencia de enojo con la sociedad que hoy tiene Cristina. Ella siente que no está bien acompañada y sólo dispara directivas, que nadie se atreve a desafiar. En ese esquema, hasta ahora sólo encajan bien estos mocosos integrantes de La Cámpora que, despojados de cualquier atisbo de rebeldía juvenil, obedecen y bailan al compás que marca Cristina Fernández.

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