abril 23, 2013

FRANCISCO

El Papa “Francisco”, o Jorge Bergoglio, durante sus años al frente de la Iglesia argentina, tuvo una muy tirante relación con los dos gobiernos de los Kirchner. Pocas veces logró acercarse al matrimonio presidencial hasta que durante el conflicto con el campo en 2008 el diálogo se rompió definitivamente. Desplantes, críticas cruzadas, férreas oposiciones, y derechos humanos reinaron en las idas y vueltas de un vínculo entre dos poderes que hoy cambio. Luego de asumir en 2003, el ex presidente Néstor Kirchner recibió dos veces en la Casa Rosada a la cúpula de la Iglesia, que por entonces dirigía el monseñor Eduardo Mirás. Con el arribo de Bergoglio a la jefatura de la Conferencia Episcopal, los vínculos se templaron por una desafortunada declaración pública del ex obispo castrense Antonio Baseotto, quien utilizó en 2005 una cita evangélica para recomendar colgar una piedra al cuello y tirarlo al mar al ex ministro de Salud de Kirchner, Ginés González García. Para Kirchner esa expresión rememoraba las prácticas de la dictadura militar, y la Iglesia no ofreció resistencia, pero entendió que esa maniobra era el inicio de una larga disputa que años más tarde tendría revancha. Desde el conflicto con Baseotto la relación entre la Iglesia y los Kirchner cambió para peor. En abril de 2006, Kirchner y Bergoglio se encontraron cara a cara sorpresivamente. El ex presidente decidió sin previo aviso participar de una ceremonia en homenaje a los cinco sacerdotes palotinos asesinados en 1976, donde se encontraba el arzobispo porteño, y Néstor dijo allí que nunca tuvo una mala relación con la Iglesia, poco antes de compartir el atrio con Bergoglio. En ese momento se creyó que el gesto era un acercamiento entre el Ejecutivo y la Iglesia que podría desembocar en un encuentro a solas, pero no lo fue.

En octubre de 2006 el enfrentamiento pasó al terreno electoral. En ese año Kirchner auspiciaba en Misiones la re reelección del gobernador Carlos Rovira y para lograrlo promovía una reforma constitucional. El candidato opositor fue el obispo emérito de Iguazú, Joaquín Piña. “Que yo sepa Dios no tiene partido”, ironizó el ex mandatario durante un acto en Misiones al apoyar la reelección indefinida de Rovira, mientras del otro lado, en el Episcopado, se llamaron a silencio, confiados en la victoria en las urnas. El arrollador triunfo de Piña auspiciado por Bergoglio significó el camino a una posible reconciliación con la curia, a la vez que despertó dudas sobre el papel político de la Iglesia y su rol opositor. No tengo ningún problema en particular contra Bergoglio, pero hay algunas cosas en las que disiento, le dijo Kirchner a Piña cuando lo recibió en su despacho de la Casa Rosada. Al salir Piña comento que el Presidente le dijo que no tenía nada contra el cardenal Bergoglio, solo algunas diferencias, pero las podemos superar mediante el diálogo, al que él está abierto en todo momento, dijo Piña. Tampoco fue así. La puja continuó hasta los comicios de octubre. Kirchner ratificó la decisión de rotar los Tedeum por el 25 de mayo por las catedrales del país y excluyó para ese festejo al templo porteño, donde Bergoglio era patrón y dueño, donde el eclesiástico alguna vez le recriminó en el rostro a Kirchner que el poder nace de la confianza y no de la prepotencia. Kirchner retrucó la "gentileza" en octubre de 2006 al poner en tela de juicio el rol de la Iglesia durante la dictadura militar.     El diablo llega a todos, tanto a los que visten pantalones como a los que usan sotanas, le endilgó en un discurso. Las diferencias y cruces por la política oficial de derechos humanos que para la Iglesia constituyen una revisión "parcial" del pasado era un serio problema.

En los meses siguientes, el cardenal se ocupó de emitir filosas críticas al Gobierno en sus habituales homilías. Una de ellas, la del 8 de octubre de 2007 en la Basílica de Luján, marcó el profundo distanciamiento de la época. Ante una multitud y en la recta final de la campaña presidencial, Bergoglio atacó al INDEC y defenestró la defensa de los índices oficiales, calificados por Néstor Kirchner de perfectos. Sin nombrarlo, dijo: Todos sabemos que hay alguien que no quiere la verdad. El mentiroso por esencia que nos muestra vidrios de colores y nos quiere hacer creer que son joyas preciosas. No imaginaron los Kirchner que la furia del cardenal lo llevaría a ensayar semejante embestida, pero la asunción de Cristina en diciembre de 2007 suponía un cambio en la relación de confrontación que caracterizó al primer gobierno de los Kirchner con la Iglesia católica. Días antes de dejar la Presidencia, Néstor Kirchner dijo que las puertas de la Casa de Gobierno "estaban abiertas" para el cardenal. En esa línea, se esperaba un cambio en los vínculos, así en una amable, pero breve reunión los obispos felicitaron a la Presidenta por la asunción de su cargo y le entregaron copia de una carta, en ese texto, los obispos señalaron como "prioridades" cuestiones referidas a la vida, la familia, el bien común, la inclusión, el federalismo y las políticas de Estado. Esas críticas opacaban la supuesta baja tensión en la relación, por el contrario la recalentaban. Y los pronósticos de la paz social volvieron a fallar ya que la primera decisión de la Presidente respecto de la Iglesia fue mantener los Tedéum rotativos y no volver a la Catedral Metropolitana. Durante la pelea de los Kirchner con el campo en marzo de 2008 por la Resolución 125 que incrementaba los derechos de exportación de los productos agrícolas la Iglesia apoyó abiertamente a los productores rurales. 

En otra filosa homilía Bergoglio le exigió a mandataria un gesto de grandeza para pacificar la guerra con el campo y el Gobierno volvió a cruzarlo. Para peor, tras el voto "no positivo" de Julio Cobos, el arzobispo se sentó mano a mano con el ex vicepresidente y lo felicitó por su "resistencia" ante la furia kirchnerista. No fue hasta fines de ese año que Cristina volvió a recibir a la cúpula eclesiástica. El 27 de noviembre de 2008 Bergoglio ingresó otra vez a la Casa Rosada. Fue una reunión cordial, en la que también se habló de la situación internacional que, por su magnitud, afectaba a la economía argentina. Además de los saludos de cortesía, los obispos que acompañaron al cardenal le entregaron el documento "Camino al Bicentenario", en el que los sacerdotes reclamaban un proyecto de país sin pobreza, destacaban el diálogo como la herramienta política por excelencia para llegar a celebrar el Bicentenario sin excluidos y la necesidad de buscar acuerdos básicos y duraderos con opositores. Así por aquel último documento el 25 de mayo de 2009 el Gobierno castigo nuevamente a la Iglesia y celebró el Tedeum en Puerto Iguazú. También decidió que los festejos religiosos por el Bicentenario se realizaran en la Basílica de Luján. Con Kirchner sentado en la banca de diputados, la Iglesia protagonizó las más duras de las batallas contra el Gobierno, el matrimonio igualitario fue una de las peores en la que el propio Bergoglio encabezó la lucha y envió una carta a todos los sacerdotes para pedir que se hablara en todas las misas sobre el bien inalterable del matrimonio y la familia. Pero fue en vano. El Congreso sancionó esa ley la única que votó Kirchner y la Iglesia parecía abatida. En febrero de 2010, ni bien supo que Néstor Kirchner fue internado para someterse a una angioplastía, el primado de la Argentina envió un sacerdote al sanatorio de Los Arcos para que imparta el sacramento de la unión de los enfermos.

El emisario fue el presbítero Juan Torrella, quien antes de ingresar al centro de salud se encontró con una sorpresa, los familiares y allegados a Kirchner que estaban en el sanatorio le dijeron que su intervención no era necesaria. En marzo de 2010 Bergoglio pisó la Casa Rosada por última vez. Acompañado por la mesa ejecutiva de la CEA, le entregó en las manos a Cristina otro documento de los obispos en el que expresaron su preocupación por un estado de confrontación permanente. Meses más tarde, a diez horas del fallecimiento de Néstor Kirchner, el cardenal celebró una misa de despedida en la Catedral. Este hombre cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la unción de un pueblo. Un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no con él, olvidara que éste hombre fue ungido por la voluntad popular, lanzó ante la tristeza de militantes políticos y sindicalistas que ya no reportaban al kirchnerismo y fueron acogidas por Bergoglio en su templo. Con 76 años y luego de renunciar al Episcopado en 2011, en sus últimos discursos religiosos aprovechó para mantener la coherencia de sus filosos cuestionamientos al Gobierno. En un acto en Tecnópolis y luego que Bergoglio fuera unigido la máxima autoridad de la Iglesia, la Presidente celebró que por primera vez en 2000 años de historia iba a haber un Papa de América Latina y aseguró que desde Argentina le deseaba lo mejor para  lograr la confraternidad entre los pueblos. Es fundamental poder volver a encontrarnos todos los seres humanos en igualdad de condiciones, porque eso es lo que deseamos siempre, porque este Gobierno siempre ha optado por estar cerca de lo que menos tienen, y eso nunca nos lo han perdonado, dijo la mandataria. Sin embargo luego de estas pésimas palabras y rápida de reflejos decidió darse vuelta en el aire cual panqueque y viajó a Roma para celebrar junto al ex cardenal primado que hoy Papa había sido defenestrado 14 veces en Díez años tanto por ella como por su marido. La oportunidad política en el posible de dejar pasar.

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