octubre 21, 2009

DE AHORA EN ADELANTE

Hoy en la argentina, con la aprobación de la ley de medios audiovisuales tal cual la deseaba el matrimonio Kirchner, el país cambió. La democracia renunció a toda pretensión de mejorar la tan mentada calidad institucional. Podrá haber cada vez más corrupción, más autoritarismo, más pobres, más muertos por inseguridad, más hambre y más problemas que nadie se preocupará en solucionar, y lo cierto es que de cada una de las enumeraciones anteriores los ejemplos sobran. Pero, para qué va el Gobierno a solucionar los problemas, si a partir de la nueva ley escribirá la historia a su antojo. Ahora, todos los funcionarios corruptos serán ricos porque fueron hábiles empresarios, aunque nunca hayan atendido ni un kiosko; los muertos por inseguridad habrán muerto porque fueron malas personas que no accedieron a ceder sus autos o billeteras a los pobres delincuentes; y el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, famoso por presionar a empresarios y funcionarios será Robin Hood. Es paradójico que un gobierno que fue electo por el pueblo y que tiene origen democrático se haya empeñado en reeditar la ley de medios de la dictadura, matizada con tantas prohibiciones que, en lugar de favorecer los flujos de información, los interrumpe.

El gobierno quiere medios chatos y obsecuentes, para taparles la boca y pegarles en la cabeza cuando se animen a decir lo que al Gobierno le disgusta. La gente, lógicamente agobiada por problemas como la inflación, el esfuerzo por llegar a fin de mes, la inseguridad, la droga y otros problemas cotidianos no advierte la gravedad de lo ocurrido, una ley que no atrapa los dineros en el corralito ni que se incauta de los fondos de pensión pero que es mucho peor que eso, cercena la libertad de todos. No se podrá manifestarse porque hasta eso estará coartado. Si quisiéramos hacer un paralelismo podría decirse que en 1989 se derrumbó el Muro de Berlín, y en 2009, el Gobierno conjuntamente con el Congreso, alegremente, construyeron un muro de la censura y el silencio. Ya está. Allá vamos la sovietización progresiva de los medios nos espera con los brazos abiertos y, ahora, con fuerza de ley. Ningún argumento ni siquiera de la propia bancada oficialista, que aportó menos votos en algunas de las votaciones clave en particular fue válido para corregir las más polémicas asperezas del texto como, autoridad de aplicación, plazos de desinversión, restricciones varias y arbitrarias impuestas a los actuales operadores, el creciente papel intervencionista reservado al Estado, etcétera.

Se perdió una oportunidad única había consenso entre todos los sectores en cumplir, al fin, con una vergonzosa asignatura pendiente de la democracia, cual era la de elaborar una ley de radiodifusión moderna y pluralista acorde con el sistema en el que hemos elegido vivir para siempre desde 1983. Pero el kirchnerismo prefirió, en cambio, llevar todo su pluralismo a la ley de medios y reducir la causa a su exclusiva propiedad para, de paso, asestarle el golpe de gracia a su virtual antiguo aliado, el Grupo Clarín, del que se distanció cuando estalló la crisis del campo el año pasado. Lo peor tenía que suceder y sucedió y otra vez el nefasto péndulo argentino que va de un extremo a otro, sin nunca detenerse en el medio. Entonces la "solución" vino impuesta por quienes, paradójicamente, se destacaron por asfixiar a la prensa no adicta en Santa Cruz y que ahora pretenden rearmar el sistema de medios, pero a nivel nacional, a su imagen y semejanza, con el insólito aval de ciertos ámbitos académicos e intelectuales que los aplauden encandilados.

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