diciembre 17, 2009

JUGAR CON LA MUERTE

El negocio involucra la compra, el empaquetado y la venta de seguros de vida, un producto relativamente joven, descendiente de la innovación financiera, cuya rentabilidad de más del 10% que ha atraído muchos inversores y cuyo parecido con el negocio de las hipotecas subprime (de alto riesgo) que desató la crisis global llama la atención del poder político. Todo es negocio tanto en mundo como en Wall Street y ahora el negocio es la muerte. Si, ya no existe mas el “Dust to Dust, Ashes to Ashes”. Todo comienza cuando una persona quiere deshacerse de su seguro. Tiene dos opciones. La primera no es muy tentadora, cobrar alrededor del 5% de la póliza al devolverla a la compañía que la emitió. La segunda es más atractiva aún, vender la póliza a un grupo de empresas que se dedican pura y exclusivamente a comprarlas, y cobrar un 20% o más de su valor. Allí nace el negocio. Estas empresas, conocidas como agencias proveedoras de acuerdos de seguros de vida ( life settlements providers ), asumen los pagos de la póliza a cambio del derecho a cobrarla cuando la persona muere. El negocio es un tanto morboso, ya que es más rentable si la persona se muere antes de lo previsto. Una vez que las agencias juntan cierta cantidad de pólizas, las empaquetan en fondos comunes. Luego venden esos fondos o venden bonos que emiten respaldados por esos fondos. Era de esperar por tanto que entre los inversores se encontraran nombres como, Goldman Sachs, Crédit Suisse, Deutsche Bank y JP Morgan Chase. Aunque el negocio está regulado por cada estado norteamericano, el Congreso de Estados Unidos ya comenzó a hacer preguntas.

Dos diferencias sustanciales apartan al mercado secundario de seguros de vida del de las hipotecas. La primera es el tamaño. En 2008, este mercado alcanzó los US$ 15.000 millones, Fannie Mae, uno de los gigantes hipotecarios norteamericanos que cayó en desgracia el año pasado, había emitido hacia fines de ese año US$ 2,5 billones en bonos respaldados por hipotecas. La segunda diferencia es el respaldo. No hay un activo detrás, como ocurre con las casas en las hipotecas, cuyo valor cae. Hay una promesa de pago. Y no hay ningún incumplimiento de una aseguradora en el pago de una póliza. Pero si hay una lección que Wall Street aprendió de la crisis global es que el hecho de que algo no haya ocurrido no significa que no pueda ocurrir. AIG, el gigante de seguros que tuvo que ser rescatado en septiembre de 2008 en la peor semana de la crisis financiera mundial, ya incursionó en el mercado, emitió en abril pasado bonos respaldados por pólizas, e incluso utilizó una porción de la recaudación para devolver parte del préstamo del gobierno estadounidense. La comisión que cobran las agencias proveedoras de acuerdos de seguros por comprar, empaquetar y vender las pólizas a los inversores y asumir las tareas administrativas es del 2 al 3%. Entre el 11 y el 15% es la rentabilidad anual histórica del negocio para los inversores, aunque puede llegar a estirarse hasta el 18 por ciento. Mientras hacen cálculos, quienes están en el negocio se entusiasman con las perspectivas. Este nuevo boom del mercado podría alcanzar los 100.000 millones de dólares en los próximos años. En 2002 era de tan sólo 2000 millones. No es un mercado gigante, pero crece bastante rápido y crecerá más rápido cuando los baby boomers se acerquen a los 75 años e ingresen en el grupo de personas a las que apunta el producto. Hoy, el más joven tiene 50 años.

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