diciembre 16, 2009

¿QUE NOS PASO?

Desde hace tiempo, el ciudadano común lo ve a Kirchner como el sujeto único de las decisiones oficiales. Manda quien no debe mandar, pero eso ya no parece inquietar a nadie. La novedad de que Kirchner no pudo tolerar la limitación republicana de 4 años al período que la Constitución fija para desempeñar la Presidencia le llegó muy temprano. Las personas suelen advertir los signos de las enfermedades que padecen cuando el mal ya hizo estragos. La capacidad de las personas y de las sociedades para ignorar lo obvio es siempre llamativa. A los argentinos nos está sucediendo eso con un síntoma muy expresivo de nuestra descomposición institucional con la que hemos pasado a convivir con naturalidad. Ese síntoma en parte, es el ejercicio que hace Néstor Kirchner de un poder que está al margen de la ley. A tres días de haber asumido, Cristina Kirchner enfrentó su primera crisis. Un venezolano declaro que los U$S800.000 que trajo en su valija estaban destinados a financiar la campaña que ella acababa de finalizar. Un país entero se preguntaba cómo resolvería ese desafío su flamante mandataria. Pero el esposo no la dejó, salió al ruedo para demostrarle a su señora que él estaba ahí para resolverlo. Ese día fue el final de la presidencia de Cristina Kirchner. Después vinieron otros desbordes, desde una excursión chavista por las selvas colombianas, hasta el fatídico conflicto con el campo. El desajuste es, desde el punto de vista institucional, de una enorme gravedad. Los argentinos votaron a una persona para que termine gobernando otra. En español eso se llama fraude. No debería extrañarle a la clase política el bajísimo aprecio que consigue del resto de la sociedad cuando este tipo de aberraciones constituyen un dato cotidiano.

No hace falta mucho randevouz para saber que en la Argentina es Néstor Kirchner, y no su esposa, quien toma las decisiones de Gobierno, sobre todo en materia económica, de inversión pública, de relaciones federales, negociaciones con el Congreso o el vínculo con la Justicia. Es un secreto a voces que el valor del dólar o la tasa que pagará el Estado para endeudarse los decide un diputado electo. Cualquier funcionario sabe que desde Olivos se puede boicotear la acción de un ministro dándole instrucciones a un secretario. El ministro de economía Amado Boudou sabe que lo que él decide con la Presidenta lo puede modificar Kirchner en una charla con Guillermo Moreno. Kirchner decide si se disuelve un piquete o si se le otorga un subsidio a una organización de piqueteros en detrimento de otra. Está a la vista de todos, que se sirve de los recursos del estado para indagar en la intimidad de las personas, gracias a una manipulación de los organismos de inteligencia que la Argentina jamás conoció desde la restauración democrática de 1983. Los secretos de Estado y de seguridad nacional llegan solo a oídos de Kirchner, no ya de su esposa. La responsabilidad de la Presidenta ha sido y es enorme, ya que es ella la que transfiere a quien la acompaña en Olivos un poder que le fue otorgado de manera indelegable. No la excusa en esa operación el grado de dependencia emocional que pueda tener respecto de su esposo, que sólo ella conoce y que pertenece al orden privado.

La irracionalidad en la toma de decisiones termina contaminando todos los procesos de la vida pública. Nadie puede estar demasiado seguro de lo que ocurrirá si las cuestiones de Estado las resuelve un particular en una instancia inapelable por lo privada. La llegada de Cristina Kirchner al poder venía acompañada de la promesa de una mejora institucional. Ella misma alentó la fantasía de que modernizaría el ejercicio de su función. Esas promesas quedaron en palabrerío. La Presidenta rindió un lamentable homenaje a su género, al que tanto se refiere, poniendo las responsabilidades que se le confiaron en manos de un varón que decide por ella. Estas deformaciones se convertirán en una anécdota cuando se evalúe el paso de los Kirchner por el poder, pero importan por otros motivos. Porque el liderazgo caudillesco de Néstor es siempre la otra cara de una inconsistencia social, existente y nos debe recordar la increíble dificultad que tenemos para construir instituciones, y porque debemos ver el gigantesco desafío que tenemos por delante para despersonalizar el poder, restaurar la ley y someternos a ella.

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