enero 14, 2010

Los pagos de Areco han de padecido en el ultimo mes, dos episodios fulminantes. El primero fue la lluvia más copiosa de la que se tenga memoria. El segundo, igualmente rápido, casi instantáneo, fue la reacción del Gobierno al echarle la culpa a los productores rurales por la tragedia. Quien lanzó de inmediato esta acusación fue el gobernador Scioli. La idea original, ¿habrá sido de él? Lo cierto es que al menos yo dudo de que así sea, no sólo porque Scioli no acostumbra a embestir frontalmente al campo ni a nadie sino también porque él mismo se ocupó de acompañar casi enseguida sus dichos iniciales con otros más moderados. Atacar duramente a quienes considera sus enemigos, ¿no es acaso la marca registrada de Néstor Kirchner? ¿Habrá sido él entonces quien le ordenó a Scioli culpar a los productores por la presunta construcción de los canales clandestinos que, en su opinión, habrían precipitado a la ciudad de Areco y a los campos vecinos en una de las inundaciones más vertiginosas que hayamos conocido? Al realizar esta acusación, ¿no habrá sido el propio Kirchner quien hablaba por boca de Scioli? Las agresiones contra aquellos a quienes considera sus enemigos, ya sean el campo o los militares, la "derecha" o Clarín, no son en Kirchner, por otra parte, sólo los signos recurrentes de un carácter irascible sino que expresan, además, cierta concepción de la política. ¿Cómo podríamos describirla?

¿Diciendo quizá que, desde el ángulo de mira de quien se ve a sí mismo como un mesías, todos los que se le oponen adquieren inevitablemente el rasgo de "destituyentes", de conspiradores contra el bien común? Esta es la concepción que ha invadido su mente, no puede asombrarnos que, a la menor dificultad que encuentre en su camino, Kirchner dispare automáticamente los dardos de su encono. Para cualquier mente objetiva, el drama de Areco manifiesta un proceso complejo al que habrían concurrido varios factores, primero, la ingobernable Naturaleza; segundo, la larga inacción de las autoridades por no haber limpiado preventivamente el río Areco de los innumerables troncos, ramas y desperdicios que desde hace rato perturban su curso; tercero, que el gran río Paraná, a su vez colmado, ya no acepta que afluentes menores como los ríos Areco y Arrecifes viertan en él sus aguas y, cuarto, la irresponsabilidad de algunos productores que habrían construido hace unos años, por su cuenta, canales no autorizados. Pero lo que más importaba en este caso era estudiar seriamente la situación para configurar un plan integral en auxilio de los afectados, para que el desastre no se repita. Lo más seguro en este caso habría sido estudiar antes de dictaminar lo que pasó y lo que aún podría pasar, sin atribuir culpas apresuradas y de corte netamente político. Seguir esta línea de acción, pausada y racional, no se ajusta empero a las monótonas obsesiones del ex presidente.

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