noviembre 21, 2011

Lo que dejo el G-20

Podría creerse que fue un giro impensado, pero no, es la misma presidenta que durante años intercaló la palabra soberanía en cada párrafo que dedico a Estados Unidos, que se confesó decepcionada por Barack Obama y que llegó a ordenar que se secuestrara en Ezeiza material bélico del C-17 Globemaster norteamericano. Ella, sí, esa misma ahora celebraba en público "el insoslayable liderazgo" de Estados Unidos, agradecía la amistad que le dispensaba el antes denostado líder demócrata y prometía en privado cumplir con compromisos económicos exigidos en Washington desde hace tiempo. En los días del G-20, Cristina Kirchner desplegó su faceta más pragmática, desprovista de todo rasgo progresista que buena parte de sus seguidores se esfuerzan día a día por detectar en cada una de sus acciones. Pero en rigor de verdad, no existió ninguna conversión lo que se vio en Cannes fue lógica kirchnerista en estado puro. Desde sus orígenes en el poder, primero Néstor Kirchner y luego Cristina calibraron su relación con Estados Unidos de acuerdo con las urgencias que les impuso la política interna. Todos los embajadores y enviados norteamericanos al país terminaban teniendo que explicar en Washington el porqué del tratamiento amor odio que les dispensaban los Kirchner.

Pero el Gobierno hoy considera prioritario recomponer el trato con Estados Unidos. La caja del Estado está agotada y la crisis mundial amenaza con un 2012 de sequía. Entrar a la tormenta económica en malos términos con la Casa Blanca es un riesgo excesivo. Estados Unidos acaba de votar contra la Argentina en las últimas reuniones multilaterales en los que se debatió la concesión de créditos. La suerte de las negociaciones pendientes con el FMI y el Club de París que obstaculizan inversiones y fuentes de financiamiento también dependen del sello de aprobación norteamericano. Aún así, dentro de la lógica mencionada desafiar a Estados Unidos valía la pena, en términos de lo que significaba ganar la batalla electoral. Está claro que la Presidenta no desconocía la barrera que cruzó cuando ordenó en febrero el operativo en Ezeiza, en el que se secuestraron equipos militares norteamericanos que venían para un ejercicio militar conjunto. Washington no olvida, y esto congelo al máximo la relación entre ambos países. Durante meses, Cristina Kirchner trató de enviar señales sigilosas a Estados Unidos, inclusive devolvió en silencio el material requisado. Pero con los buenos números de las encuestas no era momento de dedicarse a ese entuerto. Mientras, recorría el país rodeada de militantes que le cantaban, "Acá tenés los pibes para la liberación", frase que una vez más tendrá que lamentar, hoy la consigna es otra, "capitalismo en serio", si eso pidió la Presidenta a los jefes de las potencias del mundo.

Reelegida, con más poder que nunca, pero muy preocupada por las urgencias de acomodar su propia herencia económica, Cristina Kirchner le dijo a Obama las mismas cosas que escuchó George W. Bush cuando Néstor Kirchner lo conoció Washington en 2003, en días en que la Argentina necesitaba oxígeno internacional para sortear la última etapa de la crisis de principio de siglo. Y luego apenas dos años después esta lógica Kirchnerista, mostraba a Kirchner enfrentando a Bush en Mar del Plata, en la cumbre en la que se sepultó el área de libre comercio soñada por Estados Unidos. El Gobierno había decidido saldar su deuda con el FMI y había encarado con bastante éxito el canje de la deuda privada en default. Un discurso público antiimperialista acompañado de elogios en reserva a todo el elenco gubernamental se mantuvo hasta el final del ciclo Bush. Hubo una breve tregua después de que la justicia norteamericana empezó a revelar detalles del caso de la valija de Antonini y el financiamiento negro de la campaña K. Cristina Kirchner imaginó un idilio con Obama, pero el presidente demócrata aceptó desde el primer día la desconfianza hacia la Argentina heredada de Bush. Desde la reunión del G-20, Argentina y Estados Unidos iniciaban otro ciclo virtuoso, aún no libre de recelos. Cristina pareció admitir eso, así como su intención de superarlo cuando acordó hablar sin intermediarios ante eventuales conflictos. Tal vez fuera una señal de un futuro menos estelar para Timerman, por eso después de la reunión, la comitiva argentina reflejaba alivio y la ilusión de haber empezado un camino de acercamiento al mundo. Parecían horas de realismo, ésas en las que las primeras potencias no son tan malas. Continuara…

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